Acudía a tu auxilio
 de forma inmediata.
 “¿Hola, qué tal?",
 tu sonrisa y perdí por 
goleada. Te apoderaste al 
instante de mi ocio y 
al fin y al cabo, pude
 entender que hiciste 
negocio. Una ráfaga de
 balas seductoras, no 
lograban vulnerar una 
coraza idiota y con mi
 seguridad ya en la miseria,
 fuimos por un café, 
juntos, los 3: Vos, yo
 y tu histeria. Sin mucho
 más que hablar, 
nos despedimos. 
Comprobé que ya era 
inútil extender ese partido.
 Colgué los timbo y bajé la
 persiana, sin embargo, tu 
auto estima cascoteó mi ventana.
 Sugerías necesitar mi delirio. 
Para ganar espacio, me mostré cual 
tipo tibio. Empezó a inquietarte mi
 nueva conducta, pero caí derrotado
 por tus brotes
 de astucia.